sábado, enero 07, 2012

EL CIRCULO DE LA LUZ


EL CIRCULO DE LA LUZ
Hubo una vez en joven, era fuerte, vigoroso. Figura atlética, musculosa y erguida. Tersa y brillante piel. Abundante cabellera azabache. Mirada altiva. Voz tronante y seductora. Físicamente era perfecto.
Pero su mirada era opaca. Y su alma estaba vacía y sola y en zozobra.
Y díjose un día, después de hablar con su corazón: -“mi vida poco vale si no sé por que la tengo ni para que vivo. ¡He de ir en busca de la luz!”-
Y, sin pensarlo dos veces, con el ímpetu, la pasión y ligereza, a la vez, de que son capaces los jóvenes, partió en busca de la Luz.

Y camino, tropezó y se levantó, volvió a tropezar y se sintió cansado y le faltaron fuerzas. Los guijarros herían sus pies y volvió, de nuevo, a tropezar. Quedose, entonces, sentado en cuclillas a la orilla del camino y, sin pensarlo mucho, tal como antes, decidió no caminar más.
Pero, he aquí que en ese momento ve venir a un anciano: la espalda encorvada por el peso del tiempo, los pies haciendo brotar polvo del suelo, largos cabellos de nieve, lacerado el rostro por el sol y el viento y una expresión de infinito cansancio en su figura.

Y pensó el joven:
-“Extraño anciano. Parece haber caminado mucho a lo largo de esta vida y de este mundo. Le preguntaré si ha visto la Luz. Si la ha visto, seguro, me la hará ver a mí y, así, no habré de seguir caminando. Si no la ha visto después de haber caminado tanto es que no existe, entonces, tampoco caminaré más.”

Acercase, pues el joven al anciano y díjole:
-¿dime señor mío, has visto la luz?

Al anciano le bastó un instante para, con mirada serena y profunda, contemplar al joven y, enseguida, respondió:

- hijo mío, no. No he visto la luz -.

Y había en su rostro una expresión de infinito cansancio y un profundo dejo de tristeza mientras observaba la enorme decepción en la turbada la faz del joven.

Y continuó diciendo el anciano:
- Pero mira mi rostro. En el están grabados, como indeleble y permanente señal, la tristeza y las penas, las dudas y miedos que me embargan. Lo ves ¿verdad?

Y de esta forma proseguía hablando el anciano:
- pero observa también mis ojos. ¿No ves en ello la esperanza y la fe? No, he encontrado la Luz. Pero sé que existe y que, al cabo, la encontraré. Por eso sigue haciendo caminos en su busca. Y caminaré aunque mis piernas, ya sin fuerza, se nieguen a sostener el peso de mi cuerpo-.

Mas viendo el anciano una lágrima de decepción, angustia y desesperanza en los ojos del joven, conoció al punto su pensamiento. Y mostrando una dulce sonrisa de ternura y compasión en sus arrugados labios, se dirigió a él con las siguientes palabras:

- Hijo mío, nadie más que tú mismo puede enseñarte el camino a la Luz. Somos como aquel que, perdido y solitario en la selva y rodeado de alimañas hambrientas y feroces, abre, desesperadamente senderos en la espesa jungla sin más ayuda que la fuerza de sus propias manos y brazos. Y se asusta. Y el pánico y la angustia hacen nido en su corazón al ver que el sol pasa varias veces sobre su cabeza y no encuentra en poblado. Pero el hombre no se rinde, continua abriendo caminos en la selva con sus brazos y piernas, todo su cuerpo ensangrentado, lacerado por las espinas. Y, aún, a punto de desfallecer, de caer vencido por el cansancio y ser devorado por las fieras, el hombre insiste en su lucha contra todos los obstáculos y sigue abriendo hasta que da con el poblado, y puede calmar su sed, y saciar su hambre. Y la paz y el sosiego de enseñorean en su corazón y ahuyentan la angustia y los miedos que antes sentía. Y hay alegría, y se hace fiesta en su corazón.

Y continuó el anciano hablando al joven como le habla un padre al hijo amado de esta forma:

-“ya ves hijo mío. Yo, como el hombre perdido en la selva, aunque ya muy cansado y con el alma vacía, he de seguir caminando. Y así lo haré hasta encontrar la Luz. Se que no camino en vano. Y que cuando la encuentre y pueda verla todo mi cansancio desaparecerá y mi alma será plena, y sosegada, y feliz. El cansancio que ahora siento no ha de ser eterno pero, la luz que busco sí pertenece a la eternidad. ¿Y que es una vida comparada con la eternidad? Y, he aquí, que por eso nunca dejo de caminar, de ir en pos de mi libertad en la luz de la verdad.”-

Y, con estas palabras despidiese del joven el anciano.
Con la espalda encorvada por el peso del tiempo, los pies sin despegar nunca del suelo, el anciano seguía caminando.

El joven, ya solo, púsose ha reflexionar sobre esas palabras que mucho le habían impresionado. Y pensó con el corazón encogido por la emoción y los ojos escondidos tras un velo de lágrimas:

-“¡Ay de mí, mísero ser! A punto estuve de volver atrás sin haber apenas terminado de dar el primer paso, sin haber siquiera iniciado el camino. Poco faltó para dejarme devorar por las alimañas de la selva sin haber movido ni un dedo para evitarlo. ¡Y lo hubiera perdido todo!”

Y pensó en el anciano. Y comparo la edad del anciano con la suya y vio que no era nada comparada con la de aquel. Y que así mismo el largo tiempo que el anciano llevaba caminando sobre esta tierra era apenas un ápice minúsculo de la eternidad.
Y, él. Él, tan joven, tan fuerte y vigoroso ya había desfallecido sin apenas adelantar un paso en tan largo camino.
Entonces el joven enjugo sus lagrimas, apretó dentro de su pecho su alma y echó a andar en busca de la luz.

Y pasaron los días, y los años, y las décadas.

Y a aquel que había sido joven un día, a aquel que fuera fuerte y vigoroso y le habían faltado las fuerzas al principio del camino, veíasele ahora con los pies haciendo brotar polvo del suelo, escasa cabellera luna, una expresión de infinito cansancio en el rostro y la espalda encorvada por el peso del tiempo.
Pero aquel que fuera joven, aquel que ahora sentíase muy cansado, seguía caminando y acordábase siempre de un anciano.
Y en su caminar se encontró un día con un joven, fuerte, vigoroso, físicamente perfecto pero, con el alma vacía que acercándose a el le dijo:

- “Dime, señor mío. ¿Has visto la Luz?





Puerto Ordaz,  abril de 1970

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