sábado, enero 07, 2012

El Abuelo (o el último poema)

El Abuelo (o el último poema)
En lo oscuro del salón.

Señor,

Si pudiera morirme siendo amado.
Sin sentirme
un fardo de piel seca
que estorba y se hace,
con indiferencia,
a un lado.

¡como me haces, ahora, falta!

En el fondo del sillón,
un saco de huesos encogidos.

Niños.

Gritan.
Cantan.
Ríen.

Lo miran de reojo.
Sacan la lengua.
Se olvidan.

Juegan.

Ríen, cantan, juegan,


“El cocherito leré, me dijo anoche leré…”

Si se apagara mi luz sintiéndome querido,
juro que jamás podría morir
ya que nunca habría olvido.

¿Sabes? ¡Te echo mucho de menos!


En el frío del salón.


La pelota roza arrogante y
altanera,
la deshilachada
madeja de lana blanca.

Una mueca,
Un rictus.

¿Una sonrisa?
¿un dejo de amargura?
¿Un amago de forzosa tolerancia?




Rien y cantan.


Si en mi vida hubiera amores
que,
por partir yo,
se murieran,
por no quitarles la vida
quizá nunca me muriera.

¡No me acostumbro!

¡No!

No puedo.

Los miro.
Están tan lejos.
Se difuminan.

Gritan y ríen.


“Donde están las llaves matarile rile rile...”


El silencio aturde ya mi alma
por la ausencia de ternura
y sufre aún más porque duda
de que abandonará su cuerpo
y podrá encontrar la paz.


Si estuvieras aquí. ¡Conmigo!


Permanece frío y yerto
en el fondo del sillón.
observa como el telón
anuncia que la función
está ya por terminar.


“Arroz con leche me quiero casar…”


¡Que solo te has quedado!


¡Ay! Si yo pudiera morirme
sabiendo por que me muero.
Si me muero por que sí
o por faltas de te quiero.


¡Cuanto te necesito!


En lo oscuro del salón.

Dos luceros fulgen
Temblorosos y eternos
en los cuencos profundos
de sus ojos blancos.


Quien le teme al lobo feroz, lobo feroz…

Si el amor que un día tuve
hoy pudiera disfrutarlo
lo aferraría a mi pecho
para poder apretarlo
al momento de la muerte.

Así,… muy fuerte,
… muy fuerte.

¡Lo logramos amor!


Los niños juegan.

Gritan y juegan

Ellos ven la tele.
Inmutables.
Vaporosos.
Etéreos.

Ayer éramos nosotros.

¿Recuerdas?

¡Ay, vida!
¿Eres tú?

Te estaba pensando un poema.

Calienta mis manos, amor.

Tus manos.

Tu paz.
…muy fuerte.

¡Tu mano!

Tu mano.

Te quiero.
¡Te quiero!
¡cuanto te quiero!


En la esquina del salón

En aquel frió sillón.

¡Mamá!

¡Papá!

¡El abuelo!

¡El abuelo!




José Sequeiros,                             Puerto Ordaz, 2.002

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El que calla ante la injusticia y la tiranía, no hace otra cosa que esconder, detrás del silencio, su cobardía.