jueves, febrero 21, 2013

La dictadura de la aritmética.


La dictadura de la aritmética.


Por Ondina León ©

Poetas, filósofos, artistas y escritores han tratado de definir de un plumazo la vida y nos han legado algunas metáforas inolvidables, como esta de “la vida es un sueño” o “un boceto inacabado”. Se les agradece la intención. Pero, a veces, siento que estas definiciones están incompletas o que se podrían barajar otras tantas, igualmente válidas. Desde otra perspectiva más prosaica, tal vez la vida sea sólo números y estos, en sus consabidas operaciones básicas, se suman, se restan, se multiplican o dividen, y establecen su férrea dictadura.



¿No han escuchado (o quizás oído) hasta la sucia saciedad aquello de que “los números mandan”? Incluso en las realidades supuestamente menos hostiles, como en las democracias desarrolladas, cuando llega la temporada de elecciones políticas, se desata una fiebre de números, estadísticas, cifras y por cientos a la caza de los votos, que luego se suman mecánicamente y determinan quién o quiénes son los ganadores, que se convertirán en “humildes servidores” del pueblo, que pagará sus astronómicos salarios y beneficios. Se dicta sentencia de “limpieza” y se sienta en el trono al que la mayoría “eligió”, aunque esa mayoría esté equivocada y se haya dejado comprar por la maquinaria de publicidad y los expertos en imagen, que diseñan y lanzan al ruedo al candidato mesiánico, que “resolverá”, en un plazo de cuatro o cinco años, todos los males de la nación. Claro, “Una cosa es predicar y otra, repartir trigo”, como dice el viejo refrán español que repetía mi abuela cuestionando a los políticos, y luego vienen los desencantos y el rechazo al ganador, que siempre contará con la coartada de que “no lo dejan gobernar”, como Dios manda, o de que la realidad es muy compleja y tiene sus propias leyes, que no se pueden violar sin pagar un precio muy alto (otro número).



Sí, creo que al final de la jornada sólo somos un número desde que nacemos hasta que nos morimos. Pura estadística. Número del carné de identidad. Número del pasaporte. Número fiscal. Número. Cifra anónima para demógrafos asalariados de gobiernos sin alma. Se nos etiqueta por edades, número implacable que nos recuerda constantemente nuestra condición de mortales. Se nos acuña una categoría social por el dinero que ganamos o que obligatoriamente tenemos que tener en los bancos, esos depredadores implacables, y se nos destierra a vivir en barrios de clase baja, media o alta, según estas cifras, algunas muy mal habidas, pero igual determinantes, castrantes, y hasta erráticas. 



A la vez, se nos crea la ilusión de que nosotros, míseros números, determinamos el destino de otros cuando somos sumados y contabilizados para determinar supuestos éxitos, que nada tienen que ver con el valor y el precio: en la taquilla de un cine; en los ratings de televisión, templos de culto a la violencia; en las encuestas de popularidad de un político o de un rapero, da lo mismo; en los estudios “científicos”, que determinan que el chocolate es veneno, y luego rectifican y afirman que es una panacea saludable y que hasta compite con el placer sexual; en el consumo masivo de un detergente de última generación… ¡Números! ¿Recuerdan el “chiste” que define a la ciencia de la estadística? “Es el arte de lograr que si mi vecino se comió un pollo entero y yo, ninguno, en promedio nos hemos comido medio pollo entre los dos y no hay hambre en la nación”. ¿Pura ficción científica? 



Hay accidentes, más históricos que geográficos, como una isla posesa llamada Cuba, en que la dictadura de la aritmética alcanza categoría de pesadilla perpetua. Para empezar, ese país tiene el récord de 54 años de una tiranía mafiosa, que es reverenciada y mimada por docenas de “democracias” de todo el mundo y hasta admirada por Hollywood y sus estrellas. La casta gobernante ha encarcelado, torturado y asesinado a sus “ovejas descarriadas”, pero esas estadísticas no cuentan y sus grises funcionarios se sientan en ilustres comisiones de derechos humanos de instituciones dizque respetables. Con sus bondades, el régimen castrista ha logrado que más del quince por ciento de la población total haya abandonado el país y viva desperdigado por los cuatro puntos cardinales. Pero parece ser que esta tragedia es considerada un éxito de mercadeo histórico, por parte de mentes maquiavélicas, porque esos “enemigos” sostienen financiera y económicamente a la cúpula de la gerontocracia, que se apropió de todo en la nación, sin que casi nadie chistara, otro por ciento gris. 



Las cifras, positivas o negativas, por supuesto, son un derroche de acrobacias porque la maquinaria del gobierno castrista ha monopolizado los medios de información, además de las instituciones que pudieran pintar un cuadro objetivo con los números reales. ¿Qué por ciento de la población quiere huir de ese campo de concentración caribeño? ¡Otro número escurridizo! Pero me atrevo a decir que alto, muy alto. ¿Cuántos son auténticos disidentes que sí están interesados en cambiar la realidad? ¡Cifra misteriosa! Pero pocos, muy pocos. ¿Cuándo terminará la tenebrosa noche que se ha enquistado en este paraíso tropical? El que se atreva a asumir el papel de pitonisa, que sea detenido por demente, porque esa esquizofrenia colectiva cubana sí que no cree en números ni estadísticas ni en años de añejamiento rancio: es la propia dictadura de la aritmética hecha realidad infinita, según siento.



Quisiera ser optimista en algún sentido, pero para ello me tendría que violentar y violar demasiado a mí misma y, a mis años, no vale la pena el esfuerzo: ¿quién le haría caso a una anciana que, de pronto, comienza a decir que no, que los números no mandan, que lo que importa es el alma de las cosas y los pueblos? Llego a la conclusión, una vez más, de que nunca me han gustado los números, porque son más traicioneros que las palabras; porque crean mundos menos habitables que los verbos y porque, bien vistos, son los dictadores de la vida, aun en ciertas circunstancias en los que nos sentimos menos esclavos. Números: desalmados números… 


Guitáfora: La dictadura de la aritmética.

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El que calla ante la injusticia y la tiranía, no hace otra cosa que esconder, detrás del silencio, su cobardía.