jueves, enero 24, 2013

Mitos y falacias del apaciguamiento


Mitos y falacias del apaciguamiento

23 Enero, 2013

Son los mitos y falacias de una política de apaciguamiento que traiciona nuestro imperativo moral: defender la República del asalto de la barbarie.
A los héroes del 23 de enero de 1958
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Contra todo pronóstico, el peor gobierno de la historia de Venezuela – y hablamos de la de 500, no la de 200 años – ya lleva 14 años de existencia y acaba de ser relegitimado por otros seis años. Con lo cual asoma la posibilidad de acercarse al récord de Juan Vicente Gómez, que gobernó 27 años.
Si se evaluaran por su calidad, estos 14 años son inmensamente más densos y el logro de haberlos conseguido muchísimo más asombroso que los 27 del general Gómez. Venezuela no es el cuero seco que él gobernara: rural, insalubre y analfabeta, incluso peor que la que fuera independizada tras siglos de acumulación civilizatoria. Como hecha a imagen y semejanza del caudillismo de montoneras, del que él nos sacudiera en 1903. Y a la que, para ponerla en vereda, no se requería más que fuerza bruta, mazmorra y látigo. Una hacienda.
La Venezuela de la que Chávez se apoderara, la redujera a escombros, la arrastrara por los suelos y terminara por legársela a quien, en su indigencia espiritual, considerara su padre putativo llegó a ser un país de tomo y lomo, habitado por más de 28 millones de habitantes, medianamente desarrollado para los estándares del tercer mundo del que se estaba emancipando, electrificado y mayormente urbanizado, dotado de una población joven y pujante, mezclado étnicamente con nueva sangre culta y civilizada, con niveles de educación mayores que los de la media de la africanía a que ha sido hundida con alevosía y contumacia por la traición y a punto de despegar hacia estratos superiores de desarrollo, civilización y cultura.
Se dice fácil, pero haber arrodillado a una población altiva y contestataria, arruinando su infraestructura económica, industrial y agraria para privar a sus capas medias de todo fundamento político y haber montado una nueva Hegemonía sociocultural en base a su marginalidad denota perspicacia, astucia, maña y una inescrupulosidad a prueba de los más descomunales latrocinios.
Nada de lo cual, obviamente, en razón de la genialidad del teniente coronel, sino a un amasijo de circunstancias nacionales e internacionales, que se resumen, tras doscientos años de República, en una sociedad carente de densidad nacional y absolutamente huérfana de orgullo patrio, devorada por el hedonismo, el facilismo y la indiferencia política, consumida por la decadencia de sus élites y completamente inconsciente de las taras seculares que dormitaban en sus entrañas; el ruralismo caudillesco, el militarismo, la violencia y el parasitismo de su pobresía.
Un amasijo de causales que, como un monstruo al acecho, hibernaba a la espera del agotamiento de la energía y el empuje civilizador de la generación del 28 para caerle a saco al botín, circunstancialmente repotenciado por un insólito auge de los precios petroleros que permitieron cumplir a cabalidad con la maldición del diablo: reconvertirnos en una sociedad de parásitos y volver a mamar en los brazos de la tiranía. Bajo las garras de la Cuba castrista.
2
Es la grave crisis de Nación en la que estamos inmersos, siempre latente desde tiempos inmemoriales, que Mario Briceño-Iragorry diagnosticara en 1951 con dolientes palabras y situara en lo más profundo de nuestra realidad, pues para él, más que una crisis de Nación era – y sigue siendo – una crisis de Pueblo. Tan profunda fue su crítica a nuestra contradictoria carencia de venezolanidad que predijo de manera casi literal la terrible situación de minusvalía colonial en que nos encontramos gracias a la traición de un soldado: carecer de padre fundacional como pueblo para que un huérfano de espíritu le entregue la que debiera ser nuestra Patria a un gobierno extranjero. Lo anunciaba con palabras proféticas cuando escribiera en ese ensayo que debiera estar grabado a sangre y fuego en nuestros corazones – su lacerante Mensaje Sin Destino: “nos valemos del Libertador para cubrir con los resplandores de su gloria lo opaco y menguado de nuestra realidad cívica. Y como es Padre de todos, cualquiera se cree con derecho de interpretar sus pensamientos, y aun de ponerlos al servicio de intereses foráneos.” No se atrevió a ir más lejos y a pensar que no sólo serían los pensamientos del Libertador lo que se pondría al servicio de intereses foráneos, sino la Patria misma que forjara. Pues Venezuela dejó de ser independiente y pasó a ser colonia de facto de la tiranía cubana, desde hace muchos años. Y de iure gracias a la felonía innombrable de los “magistrados” de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (sic).
La esencia de la devastadora crítica de Mario Briceño Iragorry apunta a la carencia manifiesta de un vínculo profundo, existencial del venezolano con su pasado. Así como en la inexistencia de instituciones capaces de corporizar ese pasado y convertirlo en instancia constitutiva, formadora del alma nacional. Somos poco menos, viene a decir Briceño-Iragorry, que nómadas, huérfanos de padres fundacionales metabolizados espiritualmente como tales, carentes de esa materia deletérea pero inviolable que constituye el alma nacional de los pueblos grandes, unidos, cohesionados.
No hubiera dado crédito a lo que viera, si hubiera tenido la desdicha de sobrevivir a su muerte y presenciar el aterrador espectáculo que nos da ésta que llamo la primera revolución contrarrevolucionaria de nuestra menguada y triste historia. El pisoteo y ultraje de todas las instituciones, la domesticación de nuestras fuerzas armadas mediante el cebo aniquilador de la corrupción, la prostitución de nuestro sistema de justicia reconvertido en aparato legitimador del abuso y el atropello del caudillo, la mofa del legislativo en manos de obscenos validos del teniente coronel, el saqueo de una colosal riqueza fiscal para comprar aliados, prostituir países y sobre todo rebajar la doliente humanidad de nuestra pobresía a jauría satisfecha con la dádiva corruptora a cambio del ocio y la aclamación de este ominoso fascismo cotidiano.
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Pero nada de todo esto hubiera sido posible si el ataque de la anti Patria, hasta ahora victorioso, hubiera encontrado un muro de contención en una élite blindada en su patriotismo, portadora de la magna responsabilidad del sacrificio lustral en aras de la defensa de nuestras tradiciones.
Más que el remedio, la falsa conciencia democrática que hoy consume a quienes no han terminado por rendirse totalmente al avance de la barbarie pero tampoco asumen la defensa intraficable de la República, ha sido la verdadera enfermedad. Pues tras los cincuenta años transcurridos desde el grito desgarrador de Briceño-Iragorry, Venezuela ya era otra que la menguada de su tiempo: pudo desarrollar mucho más que los embriones de esa conciencia nacional y democrática. La fecha que hoy celebramos permitió la irrupción incontenible del afán de justicia, de modernidad, de progreso, de paz y solidaridad que conformó el entramado del sistema sociopolítico y cultural de la democracia liberal que se estabilizara y lograra constituir por primera vez en doscientos años una auténtica Nación: la Venezuela democrática, de partidos, universitaria, emancipada y liberal que va desde el 23 de enero de 1958 hasta el 6 de diciembre de 1998.
Una dolorosa distorsión de los hechos, clásico mecanismo de la Venezuela anti histórica, pretende reducir la acción liberadora de la sociedad civil a la mera y pasiva asistencia de la ciudadanía a actos comiciales. Desconociendo consciente o inconscientemente las magníficas expresiones de civilidad vividas en nuestro país desde que, recién comenzado el asalto de la barbarie, un pequeño grupo de madres salieran a las calles en defensa de la libertad de educación para sus hijos, millones de venezolanos lo hicieran poco después en defensa de la más distinguida creación del genio emprendedor de la Nación – la meritocracia de una industria petrolera que nos llenara de orgullo – nuestros jóvenes defendieran a pecho descubierto el derecho a la autonomía universitaria, reclamaran contra el inmisericorde atropello contra nuestros medios de comunicación y se solidarizaran con quienes reclaman el más sagrado de los derechos democráticos, de los que constituye su fundamento incuestionable: el derecho de propiedad.

Entre los mitos y falacias de quienes han optado por permanecer en el centro equidistante entre el atropello y la reparación, se encuentra el de culpar al legítimo, espontáneo y masivo reclamo popular contra la conversión del sistema electoral en aparato de dominio neofascista, por el avance de ese neofascismo en el seno de todas las instituciones asaltadas. Sin querer reconocer que ese asalto ha terminado por cumplir su propósito originario, muy anterior a ese acto de subversión electoral: usar las elecciones como mecanismo de manipulación plebiscitaria para entrar a saco en las instituciones y luego de desalojarlas de sus funciones liberadoras originarias convertirlas en instrumento de la dominación totalitaria.

No fue la abstención la que trajo esos polvos a estos lodos rectorales. No fue el paro el que desató la jauría expropiadora que ha terminado por destruir miles y miles de empresas y devastar la base productiva de la Nación. No fue el rechazo radical de palabra y gesto contra el entreguista el responsable de la entrega de la Patria al invasor extranjero. Es una aberración de los tiempos culpar a la víctima por haber intentado defenderse del victimario. Sin haber contado con la cooperación generosa, lúcida y entusiasta de quien tenía la obligación moral de solidarizarse con él y defenderlo. Asumiendo una posición moral irreductible.
Responsables indirectos de esta lamentable situación han sido más bien quienes se negaron a reconocer que el golpismo cívico militar conduciría inexorablemente a la dictadura. A reconocer la naturaleza castrocomunista del proyecto caudillista y en un acto de insólita irresponsabilidad prefirieron mantener al asaltante que facilitar su salida del poder, como lo exigían millones de venezolanos protagonistas de los extraordinarios sucesos de la rebelión popular del 11 de abril. Corresponsables son quienes promueven y practican la cohabitación con un régimen ilegítimo, al que en un acto de sumisión vergonzante sonríen y saludan sin querer aceptar que legitiman a quien tiene las manos manchadas de usurpación.
Son los mitos y falacias de una política de apaciguamiento que traiciona nuestro imperativo moral: defender la República del asalto de la barbarie.
@sangarccs


Mitos y falacias del apaciguamiento : Noticiero Digital

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